En la vida humana es importante tomar el camino correcto para llegar a un destino determinado. No se puede tomar un camino sin estar seguro que es el correcto y que, con seguridad, nos llevará al sitio deseado sin peligro a perdernos. Una vereda, por ancha y cómoda que sea, nos puede atrasar el camino. Por esa sencilla razón es que tantas veces nos equivocamos al tomar decisiones sin estar seguros de que lo que estamos haciendo es lo mejor, lo más correcto. De igual manera lo podemos aplicar a la vida espiritual de cada uno de nosotros, los cristianos, en nuestro caminar hacia la casa paterna. Jesús nos prometió que podíamos alcanzarla si permanecíamos fieles hasta el final porque, para eso nos la ganó en la cruz del calvario. El secreto para alcanzarla consiste en que le sigamos fielmente, cumpliendo su santa voluntad, haciendo lo que tenemos que hacer. Cumpliendo con los deberes contraídos según el estado de vida que hemos adoptado y el llamado recibido del Señor. Siguiendo sus huellas no podemos equivocar la ruta porque nos llevará sin la necesidad de un GPS. Él es guía seguro, que no puede desviarse ni desviarnos y menos, equivocarse. Él nos asegura que es el camino correcto y directo a seguir si queremos llegar a la casa del Padre. Tenemos un buen punto de partida porque tenemos en quien confiar y a quien seguir, la luz que va al frente y nos alumbra el camino: Jesús resucitado, glorioso y triunfante. Debemos pedirle al Señor que nos enseñe a descubrir la bondad y hermosura de su creación; tal como rezamos en los Laudes de la segunda semana de cuaresma que dice: “Haz que sepamos descubrir la bondad y la hermosura de tu creación, para que su belleza se haga alabanza en nuestros labios“. “Ahora, hermanos, los invito por la misericordia de Dios que se entreguen ustedes mismos como sacrificio vivo y santo que agrada a Dios: es ese nuestro culto espiritual. No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino que transformémonos por la renovación de nuestra mente” (Romanos 12:1-2).
Ahora bien, podríamos tener un problema muy grande si no entendemos en su perspectiva correcta lo que esto significa. Pues no se trata de seguir a Jesús porque nos da consuelo espiritual, porque nos sana las enfermedades o nos da riquezas materiales. “Entonces dijo Jesús a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mateo 16:24). Recordemos la pregunta de aquel joven rico del evangelio quien preguntó al Señor qué tenía que hacer para alcanzar la vida eterna. Aparentemente, el buen muchacho quería seguir a Jesús pero algo se lo impedía. Cuando Jesús lo enfrenta con su realidad de riquezas materiales, él se mira en su “espejo” y no puede seguir adelante. Tiene que renunciar a su buena intención de seguir al Maestro. Con razón Jesucristo decía que le sería muy difícil a un rico salvarse, entiéndase si se está apegado a las riquezas. Hemos escuchado una canción, muy bonita, que describe esta realidad. Si mal no recuerdo se titula “Exceso de equipaje” de Ricardo Cerrato que la cantaba en televisión Charytín Goyco cuando estaba en Puerto Rico. El mensaje es que para un largo viaje no se puede llevar demasiado equipaje. Suena lógico hasta para cualquier salida que tengamos que hacer, entre más cosas llevemos más difícil se nos hará.
Esto nos ayudará para saber escoger el camino y así llegar sin desviarnos ni perdernos, para ir seguros a la casa paterna. Recordemos el famoso capítulo 14 de San Juan Evangelista cuando Jesús nos dice: “Yo voy al Padre”. Lo primero que nos pide es que estemos tranquilos y serenos, que confiemos en Dios y que también confiemos en El. Lo más interesante de esto es la esperanza y seguridad que podemos tener porque en la casa de su Padre hay muchas mansiones. Después de que se haya ido a prepararnos un lugar volverá a buscarnos para llevarnos con él, porque quiere que estemos a su lado para siempre. Ante la duda que pudiera tener alguno de sus discípulos, como fue el caso de Tomás, él dice con palabras fuertes y tajantes: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Ese Jesús quien se autoproclama como Camino, Verdad y Vida es también el amor divino que desciende del Padre. Nos asegura que Dios es amor y el que no ama no viene de Dios. Tenemos que confiar en aquel que nos asegura tener palabra de vida eterna y a quien se le ha dado toda autoridad en el cielo y la tierra; el amigo que nunca falla, ese es Jesús. No sigamos la corriente del mundo porque ese camino no es el correcto, ni nos puede llevar a la casa paterna. Para llegar a nuestro destino final sólo hay un camino y se llama Jesucristo.
Me gustaría que nos detuviéramos por unos instantes y pongamos atención al diálogo entre Felipe y Jesús que nos narra San Juan en su evangelio. No estaría demás que también nosotros nos inquietemos como le pasó a Felipe y dialoguemos con el Señor. Recordemos cuando el apóstol Felipe le dice al Señor que le muestre al Padre. “Felipe le dijo: “Señor, muéstranos el Padre y eso nos basta”. Jesús respondió: “Hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿Y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14:8-9). Te invito a que leas todo este capítulo para que te motives a seguir el camino que nos lleva al Padre, guiados por Jesús. El es el amigo que nunca falla. Jesús en su infinito amor por los hombres decide quedarse en medio nuestro de diferentes formas, pero me llama la atención una en particular: la Sagrada Eucaristía. Si me fijo en la palabra como forma de su presencia, es cierto, él es la Palabra de Dios que existía desde el principio de la creación. En la víspera de su muerte, Jesús les decía a sus discípulos que se va a casa de su Padre. Les dice que allí hay muchos lugares donde ellos pueden vivir y, sorprendentemente, les dice que ellos saben como llegar. No podemos imaginar lo sorprendido que estaban ellos y cual fue su reacción. Por eso le dicen a Jesús que no sabían el camino y le piden que les enseñe por donde era para ellos tomar esa ruta. “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?” Lo que todavía no acaban de entender es que no necesitaban un mapa para llegar a ese destino; necesitaban a una persona; lo necesitaban a él. Su modo de vivir, las verdades que les enseñó durante tres largos años, y la vida que en él entregó en sacrificio por ellos. Lo mismo se puede decir de nosotros, no necesitamos de mapas, ni brújulas, ni de un GPS como en los tiempos modernos.
Claro que Jesús nos dio sus mandamientos para llevar una vida según su propio modelo, pero también los resumió en dos mandamientos principales: amar a Dios y amar al prójimo. Si nos dedicamos a practicar estas dos cosas, todo lo demás estará bien porque nadie que ame a Dios odia a su hermano. Santo Tomás de Aquino decía: “Es mejor ir cojeando por el camino verdadero que caminar confiadamente por otro. Uno puede cojear por el camino verdadero y aparentemente avanzar muy poco, pero aun así ir acercándose a la meta; en cambio, el constante recorrer por caminos erróneos sólo nos alejan de la meta.” Por eso es que nos insta a permanecer en Cristo y seguir avanzando por el camino que el Señor nos señaló. Es preciso pedirle al Espíritu Santo que nos revele la voluntad divina para entender qué significa seguir a Jesús y vivir solo para él, algo que es diametralmente contrario a las enseñanzas del mundo. Sin embargo, cuando invitamos a Cristo a ser el centro de nuestra vida, y lo hacemos con amor, aceptando la vida plena que él ganó para nosotros con su muerte y resurrección; entramos en el redil donde Jesús, el verdadero Pastor, nos conoce y nos llama a cada uno por nuestro nombre.
En nuestra existencia y de paso por esta vida terrenal, tratando de seguir el camino correcto para llegar, necesitamos de algo muy valioso e importante que nos ayudará a no perder la ruta. Se trata de la humildad, por ella reconocemos el vacío y la necesidad de Dios en nuestra vida. Admitimos ante Dios que no tenemos poder, derecho ni privilegio alguno. Dios es todopoderoso y todo lo sabe, nosotros sólo tenemos los dones que él nos ha querido dar según su voluntad. Por tanto, es nuestro deber someternos a él que es nuestro Creador y Redentor. Dios quiere que imitemos a su Hijo Jesús, Señor y Salvador nuestro. Para eso, debemos abandonarnos a la gracia de Dios porque nosotros mismos somos incapaces de ser humildes. Las cosas no suceden por arte de magia. Tenemos que poner de nuestra parte, profundizar en la fe, en la vida espiritual y formación eclesial. Nadie puede dar lo que no tiene, por consiguiente es importante llenarnos de su amor, conocer y profundizar en la formación cristiana y puntos fundamentales de la fe católica. Hace mucho tiempo hablaba, en uno de mis temas, que el error de muchos católicos era creer tener un doctorado en teología con solamente haber estudiado el catecismo de primera comunión. Es muy importante la catequesis de niño pero no es todo, es necesario continuar la formación tan necesaria para vivir una vida de fe auténtica y comprometida con la comunidad parroquial.
Es lamentable escuchar a personas decir que son católicos a su manera. No sé de dónde viene esa aseveración pues no existe tal cosa como un católico a su manera. Lo mismo podemos decir de un abogado a su manera, un médico a su manera, etc; hasta donde sé uno puede ser católico a la manera de Jesús y no hay otra. Lo que sí podemos hacer es orar al Señor con peticiones como estas que rezamos en la Liturgia de las Horas y que sí nos pueden ayudar a que le seamos agradables a él , a la manera de Dios y no a nuestra manera, que es deficiente. “Concédenos, Señor, un día lleno de paz, de alegría y de inocencia para que, llegados a la noche, con gozo y limpios de pecado, podamos alabarte nuevamente. Que baje hoy a nosotros tu bondad y haga prósperas las obras de nuestras manos. Muéstranos tu rostro propicio y danos tu paz para que durante todo el día sintamos cómo tu mano nos protege. Mira con bondad a cuantos se han encomendado a nuestras oraciones y enriquécelos con toda clase de bienes del cuerpo y del alma.” (Preces, lunes 1ra. semana, Liturgia de las Horas, pág. 870). Pidamos al Señor que nos conceda el favor de vivir en su amor y permanecer en su gracia hasta el día de su venida para llevarnos a la ciudad permanente que nos ha prometido. “Haz, Señor, que permanezcamos siempre en tu amor, y que este amor nos guarde fraternalmente unidos. Ayúdanos para que resistamos a las tentaciones, aguantemos en la tribulación y te demos gracias en la prosperidad” (Preces, Liturgia de las Horas, miércoles IV semana pág. 1386). Que le Señor te ilumine y te bendiga.