Una generación mala y perversa

Quisiera que en esta reflexión abramos el corazón y el entendimiento al Señor para que, con su luz divina, seamos capaces de entender la realidad que vive este mundo. Porque vivimos y somos parte de esta sociedad es que tenemos que abrir los ojos ante esta realidad. Meditemos lo que nos relata San Lucas en el capítulo 11 de su evangelio cuando nos dice que la gente de este tiempo es una gente perversa. (Lucas 11: 29) Esto nos pudiera parecer como algo demasiado duro de parte de Jesús para con sus contemporáneos. Definitivamente no lo era, pero Jesús se mantuvo firme y celoso de las cosas de su Padre Dios. Nos lo deja ver, durante su vida apostólica, en muchos de sus actos, comportamiento, ejemplos y enseñanzas. Podemos decir que esta idea de rectitud que nos presenta Jesús probablemente se nos ha cruzado por la mente en algún momento cuando estamos viendo noticias y escuchamos de algún suceso sangriento o masacre que ha sucedido en nuestro país que nos parece aterrador. En el libro del Deuteronomio se repite la queja de Dios contra el comportamiento del hombre. “Hijos degenerados, se portaron mal con él, generación mala y perversa, ¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato? ¿No es él tu padre y tu creador, el que te hizo y te constituyó?” (DT 32-6) Tal vez nos sentimos decepcionados cuando miramos a nuestro alrededor y vemos que nuestra generación ha rechazado a Dios. Todos los días vemos o escuchamos noticias sobre algún nuevo escándalo religioso o político, algún acto de odio o violencia, guerras o alguna inmoralidad. Son muchas las personas que al ver todo lo que está pasando, y no es para menos, dicen que es realmente desalentador.

Animo, hermano, siempre existe una razón para mantener la esperanza. Solo piensa en lo que le sucedió a la ciudad de Nínive. Los habitantes de esa ciudad se arrepintieron cuando escucharon la predicación del profeta Jonás. Esto es muy interesante porque antes de Jonás predicarle a los Ninivitas, lugar al que Dios lo había enviado, él no obedeció, se embarcó a otro lugar para no ir a Nínive. Mientras viajaba muy tranquilo Dios permitió una tempestad muy fuerte y la embarcación se hundía. Preocupado, el capitán, echo en suerte para ver quien era el culpable de aquello. Cayó la suerte sobre Jonás. Por tanto lo arrojaron al mar y se lo tragó un pez muy grande y allí permaneció por tres días. Luego fue arrojado a la orilla y percatándose de que había desobedecido a Dios decide ir a predicar a la ciudad de Nínive. Este relato completo lo puedes leer en el libro de Jonás que, es muy pequeño, consta de dos páginas. También puedes recordar lo que le sucedió a la reina de Saba, que siendo pagana quedó asombrada cuando presenció la sabiduría de Salomón y alabó al Dios de Israel. Mejor aún, piensa en la generación de Jesús, en la cual, al parecer, hubo gran maldad. Algunos miembros de esa generación fueron quienes rechazaron a Jesús y conspiraron para matarlo a pesar de todo el bien que él hacía. Sin embargo, existieron personas extraordinarias como Pablo, Juan, Marta y la propia Virgen María. Por medio de ellos y otros que siguieron a Jesús se difundió el Evangelio de bendición para los que creyeron y le seguían.

Ante el cuadro que estamos viviendo tenemos que permanecer firmes y caminar hacia adelante. No podemos perder las esperanzas porque, a pesar de todo, el Señor nos acompaña en este caminar por esta vida. Dejemos que él camine al frente y nosotros sigamos sus pasos en oración y alabanza. En el rezo de los laúdes del domingo quinto de Pascua se rezan unas preces muy bonitas; me llamó la atención la segunda oración que dice: “Señor Jesús, que anduviste los caminos de la pasión y de la cruz, concédenos que, unidos a ti en el dolor y la muerte, resucitemos también contigo”. Me pareció bien compartir con ustedes lo que sería ideal en estos momentos de pandemia para nosotros y para los cristianos de todo el mundo, oremos y pidamos al Señor su fortaleza, gracia y bendición.

No podemos negar que nosotros también vivimos en una generación mala y perversa como decía Jesús de los que vivían en la ciudad de Nínive. Esto es así pero en medio de todo el pecado, división, odio y violencia que nos rodea, siempre podemos encontrar fuerza para seguir adelante. Por muy malas o negativas que parezcan las cosas, siempre hay un rayo de esperanza; no por quienes seamos nosotros ni lo que hagamos, sino por el insuperable amor y misericordia de Dios. Solo tenemos que abrir los ojos y mirar las maravillas que nos rodean, sin lugar a dudas, ellas nos hablan de su Creador que es nuestro, también. Por eso tenemos que ver en cada persona que nos rodea la imagen de Dios. La creación entera nos habla de Dios, a nosotros nos toca descubrirlo y vivirlo. Vale la pena recordar las palabras de San Pablo a los Efesios cuando les recuerda que Cristo les bendijo desde el cielo con toda clase de bendiciones. Nos dice que en Cristo Dios nos eligió, somos sus predilectos. “En Cristo, Dios nos eligió, desde antes de la creación del mundo, para andar en el amor y estar en su presencia sin culpa ni mancha” (Efesios 1:4). Fuimos elegidos y escogidos por Dios para vivir en su amistad para siempre; aunque por culpa del pecado original perdimos su amistad, claro está la hemos recuperado en el Bautismo, gracias a la Preciosísima Sangre de Jesucristo derramada en la Cruz del calvario. Cuando nos fijamos en el milagro de la Cruz, debemos sentir paz y tranquilidad en medio de todo esto que está pasando.

La Escritura enseña que toda la humanidad quedó contaminada por el “virus” de la tendencia al mal, es decir, aquella “herencia” que Adán y Eva dejaron a todos sus descendientes; la inclinación innata a ser egoístas y desobedecer los mandamientos de Dios. De otra parte vemos como San Pablo afirma que hemos heredado el pecado original de Adán y Eva y por ende la condenación que lo acompaña; pero señala que los fieles también hemos heredado la justicia y la vida eterna que nos obtuvo Jesucristo gracias a su sacrificio redentor. Queda claro que él pagó por nuestra deuda contraída con el Padre Eterno a consecuencia del pecado original. Nosotros no podemos quedarnos cruzado de brazos sin hacer nada y continuar con nuestros pecados habituales. Tenemos que optar por un nuevo estilo de vida como, también nos dice San Pablo, el hombre nuevo. Ahora bien, la pregunta que te estas haciendo y que es la mía también, es la siguiente… ¿Como podemos rechazar la herencia de Adán y recibir solamente la gracia de Jesús? La clave es creer de corazón en Cristo, recibir los sacramentos, en especial la Reconciliación y la Eucaristía. Pedir al Espíritu Santo que venga a nosotros para que podamos vivir como criaturas nuevas y el Señor nos dará la capacidad de rechazar el pecado para no dejarnos dominar por el hombre viejo. San Pablo nos dice que seamos fuertes en el cumplimiento de nuestros deberes. “En el cumplimiento del deber: no sean flojos. En el Espíritu sean fervorosos, y sirvan al Señor. Tengan esperanza y estén alegres. En las pruebas: sean pacientes. Oren en todo momento” (Romanos 12: 11-12).

Por otro lado, cuando Jesús dice que los ricos no entrarán en el reino de los cielos, no habla de los que tienen mucha riquezas, sino de los que le entregan su corazón y viven apegados a ellas. Con mucha razón San Lucas nos dice: “La vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea” (Lucas 12,15), sino de las riquezas espirituales. Es tan sencillo como entender que a la vida eterna no se puede llevar nada de lo que posea cuando el Señor llame o venga la muerte. Solamente deberá llevar la mayor cantidad de riqueza espiritual que le sea posible. Recordemos: “sin santidad nadie verá al Señor”. Sólo se deben llevar las riquezas del bien que se halla hecho en favor de los hermanos, en especial a los más pobres y necesitados. Muy importante, haber cultivado la vida espiritual para la gloria de Dios, viviendo en gracia y amistad con él.

Tenemos que ganar la dura batalla que, a consecuencia del pecado libramos cada día. No podemos dejar que el mal nos domine, no pongamos nuestros miembros al servicio del pecado. Por el contrario, pongámonos al servicio de Dios y con su gracia lograremos la vida eterna. Nos dice la Escritura que había un hombre rico al que sus tierras le producían mucho. Se decía así mismo: ¿Qué haré? Porque ya no tengo dónde guardar mis cosechas. Decidió construir un granero más grande para guardar toda sus cosechas. Una vez lo había logrado se dice a sí mismo: “Alma mía, tienes muchas cosas almacenadas para muchos años; descansa, come y bebe, pásalo bien”. Pero Dios le dijo: “Necio esta misma noche te voy a pedir el alma. ¿Quién se quedará con lo que almacenase? El contenido se encuentra en Lucas capítulo 12 del 13 al 21. Mi intención al presentar este relato Bíblico es para que tomemos conciencia de la realidad de nuestras vidas que tantas veces actuamos de esa misma manera y sin preocuparnos de lo que más importa, la vida eterna.

Para lograr el cometido ante el cuadro que les he ido presentando sobre la “pandemia” del pecado y la contraparte, hay que seguir a Jesús. Sigamos los consejos de San Pablo. Uno que me gusta mucho se encuentra en la carta a los Efesios. “Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu; sepan velar para proseguir su oración, sin desanimarse nunca, e intercedan por todos los hermanos (Efesios 6:18). Los dejo con otro pensamiento del preso de Cristo, (San Pablo) “Sean humildes, amables, pacientes y sopórtense unos a otros con amor. Mantengan entre ustedes lazos de paz, y permanezcan unidos en el mismo espíritu. Por último comparto con ustedes una de las preces que recitamos en la Liturgia de las Horas de viernes de la sexta semana del Tiempo Pascua. “Haz que gustemos y valoremos los dones de tu Espíritu, para que nos apartemos de la muerte y alcancemos la vida y la felicidad eterna. Que tu Espíritu, Señor, venga en ayuda de nuestra debilidad, para que sepamos orar como conviene”. Maravillosa oración en la Liturgia de Pascua de Resurrección con un mensaje claro; muerte, por culpa del pecado; vida, la que ofrece Jesús para siempre. Que el Señor derrame muchas bendiciones sobre todos y cada uno de los que mediten al leer esta reflexión. Que el Señor te ilumine y te bendiga.