El Padre y Yo somos uno

Al comienzo de este tema me parece importante que nos enfoquemos en la postura que nos presenta el apóstol y evangelista San Juan en relación a la divinidad de Jesucristo. Aunque esto parece algo novedoso en realidad no lo es porque cuando miremos al pasado recordaremos que lo aprendimos en la catequesis de primera comunión. La Persona Divina de Cristo, como dice San Juan, es igual a la del Padre. Cuando asistíamos a las clases de catequesis, siendo aún muy pequeños, aprendimos la esencia del misterio de la Trinidad Divina. Me interesa que nos enfoquemos en esta realidad que les presento en particular porque de esa manera estaremos claros de la relación íntima de Jesús con el Padre. Refrescando la memoria, podemos recordar cuando en la catequesis se nos decía que en Dios hay tres divinas personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero un solo Dios verdadero.

Vamos a ir viendo algunos aspectos muy particulares en la Persona de Jesucristo, el Hijo de Dios. Usemos para ello lo que nos relata el apóstol San Juan en su evangelio. Parecería una expresión muy arrogante escuchar a Jesús decir que el Padre y él son uno; por eso fue que algunos querían apedrearlo. No se podían imaginar que frente a ellos estaba Dios mismo, persona Divina con naturaleza humana, el hombre Dios. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, nos dice el evangelio. Fijémonos en el relato que hace San Juan del Bautista. Dice que vino un hombre, de parte de Dios, llamado Juan. Claramente se enfoca en que vino para dar testimonio del que sería la Luz del mundo. Juan dice no ser él la luz sino el que viene detrás, en clara referencia a Jesús. Palabras con luz del evangelista cuando dice: “Pero a todos los que lo han recibido y que creen en su nombre, les ha dado poder para llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:12). Aquí podemos ir viendo la autoridad divina de Jesús porque sólo Dios puede atribuirse semejante autoridad. Recordemos las palabras del Bautista cuando bautizaba a Jesús en el río Jordán. “He visto el Espíritu bajar del cielo como paloma y quedarse sobre El… Por eso puedo decir que éste es el elegido de Dios” (Juan 1:32 y 34). Para Juan esa era una señal irrefutable porque no solo ve al Espíritu en forma de paloma sino que oye una voz del cielo que lo confirma, éste es mi Hijo, el amado a quien tienen que escuchar.

A mí personalmente me encanta el evangelio de San Juan y sus tres cartas que, además, considero es una joya en la vida espiritual de cada cristiano. Cuando leo estos escritos sagrados en particular pienso que Juan tenía una “ayudita” muy especial. Me imagino que Juan tenía el apoyo de la madre de Jesús que le había sido entregada, por el mismo Señor, para que cuidara de ella. Siendo María la escogida del Padre, la esposa del Espíritu y la Madre del Salvador era la mejor consejera para San Juan al escribir el evangelio y las cartas. Debo imaginar que le pediría ayuda y consultaría con ella cualquier duda que tuviera en tan importante misión. El sabía que ella era la llena de gracia y de Espíritu Santo, por lo que sería su mejor consejera.

Siguiendo como referencia las palabras del evangelista vamos entendiendo más y mejor lo que decía Jesús cuando hablaba de su Padre. Si repasamos el capítulo 14 de San Juan veremos muchas cosas sumamente interesantes. He aquí algunas de ellas. “No se inquieten. Crean en Dios y crean en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones… voy a prepararles un lugar… volveré para llevarlos conmigo… para que donde yo esté, estén también ustedes…” Y cuando Tomás le dice que no saben el camino El le responde con palabras de propiedad divina. “Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí”. En este mismo relato evangélico Jesús dice con autoridad absoluta que el que lo ha visto a él ha visto a Padre; interesante por demás.

Cada vez que realizaba una curación; Jesús revelaba la compasión del Padre, cuando perdonó la mujer sorprendida en adulterio y cuando le ofreció agua viva a la samaritana estaba revelando la misericordia infinita del Padre. Cuando Jesús calmó la tempestad que aterrorizaba a los discípulos hizo patente el ilimitado poder de Dios. Una y otra vez vemos la revelación clara de Jesucristo con la autoridad de Dios; porque él es una de las tres Personas Divinas. Mis palabras finales y contundentes son estas: Teniendo verdades tan maravillosas como éstas a nuestro alcance, podemos sentirnos muy reconfortados, porque gracias a Jesús, no solo podemos conocer personalmente al Padre Celestial, sino pertenecerles a él, ahora y para siempre. Escuchemos la promesa de Jesús: “Lo que el Padre me ha dado es más grande que todo, y nadie se lo puede quitar” (Juan 10:29). Lo que el Padre entregó a su Hijo fue la humanidad entera golpeada por el pecado de Adán y que heredamos todos; pero Jesús la rescató por su pasión, muerte y resurrección, derramando su preciosa sangre en la cruz del calvario. Regresó a la casa de su Padre a preparar el lugar que nos prometió a cada uno de nosotros. Si ponemos de nuestra parte el lugar está asegurado. “Dios misericordioso, asegura nuestros pasos en el camino de la verdadera santidad, y has que busquemos siempre cuanto hay de verdadero, noble y justo”. Amén. Que el Señor te ilumine y te bendiga.