Cuando el Señor nos dice en su Palabra que nuestro tesoro no está aquí en la tierra; en esta vida pasajera, es para que no pongamos nuestro corazón en las cosas de acá abajo, las de la vida temporal, sino que fijemos toda nuestra atención en las del cielo que será nuestra ciudad permanente. Lo leemos en la carta a los Hebreos, pasaje bíblico que he citado en muchos de mis temas. “Pues nosotros no tenemos aquí nuestra patria definitiva, sino que vamos buscando la futura” (Hebreos 13:14). Por esa misma razón, la misma carta a los Hebreos nos aconseja vivir en santidad: “Procuren estar en paz con todos y progresen en la santidad, pues sin ella nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).
San Pedro, en su Segunda Carta, añade un pensamiento muy interesante que nos debe hacer reflexionar mucho más aún sobre este particular: “Nosotros esperamos según la promesa de Dios, cielos nuevos y tierra nueva, un mundo en el que reinará la justicia. Por eso, queridos hermanos, durante esta espera, esfuércense para que Dios los halle sin mancha ni culpa, viviendo en paz” (2da. Pedro 3:13-14). Quizá usted, querido lector, ha pensado lo mismo que ha pasado por mi mente. “¿Es así cómo vive la gente en este mundo moderno o tal parece que a nadie le preocupa lo que pasará después de la muerte?” Le confieso que esto me tiene preocupado y por tal razón es que me empeño en poner un granito de arena usando todos los medios a mi alcance.
La Sagrada Escritura nos advierte del peligro que corremos por el apego al dinero y a los tesoros materiales. Dios sabía cuáles eran nuestras inclinaciones y debilidades. En su eterno presente no se le escapa nada, ni las cosas más ocultas ante nuestros ojos. Muy bien conocía cuáles serían las cosas que nos resultarían atractivas a los sentidos y, peor aún, conocía nuestra avaricia. En este tiempo que vivimos, el hombre ha endiosado el dinero, el materialismo y el poder. Por eso es que nos aconseja y nos orienta por medio de su Palabra, a que no pongamos nuestro corazón en las cosas de este mundo, para que no tengamos excusa cuando lleguemos a su presencia.
Sin embargo, no podemos pasar tanto tiempo en disipación, ocupados y sin horizonte, al extremo que se nos olvide cuál es y dónde está nuestro tesoro. No podemos desplazar a Dios del primer lugar, que es el que le corresponde, y dárselo a criatura alguna por más importante que ésta sea. A esto se refería Jesús cuando decía que era muy difícil a los ricos entrar en el reino de Dios. No olvidemos que el premio es para quienes dan a Dios el primer lugar que en justicia le pertenece. Puedes leer y corroborar esto en: Mateo 19:24-29. Si nuestro corazón se apega a las cosas de este mundo nos estamos arriesgando a perder las del cielo y eso, créame, es muy peligroso.
No falta quien diga que Dios es infinitamente bueno y no va a permitir eso y yo le respondo que sí lo es, pero también es infinitamente justo. Por eso es que San Lucas nos dice que tenemos que temer al que, además de quitarnos la vida, nos puede echar al infierno. “Yo les digo a ustedes, amigos míos: No teman a los que matan el cuerpo y en seguida no pueden hacer nada más. Yo les voy a mostrar a quién deben temer: tema al que, después de quitarle a uno la vida, tiene poder de echarlo al infierno; sí, yo les aseguro que a ése deben temer” (Lucas 12: 4-5). El Señor espera que le amemos de todo corazón, por eso nos invita a reflexionar más detenidamente sobre el apego desmedido que podamos tener a las cosas terrenales y al dinero. Él no quiere que nos llenemos de temor en la eventualidad de estar en riesgo de perder lo poco o mucho que tengamos, sino que pongamos toda atención en los tesoros espirituales que él nos ofrece, los que nadie puede robar ni echar a perder.
Dios ha prometido darnos todo lo que necesitamos pero no lo podremos lograr hasta que confiemos plenamente en él y no en el dinero, según Lucas 12. Existe un pasaje en la Escritura que me fascina y lo he citado en algunos de mis temas y creo no me cansaré de repetirlo. “No tenemos aquí ciudad permanente sino que vamos en busca de la futura” (Hebreos 13:14). Una cosa está bien clara en la vida de cada ser humano sobre la faz de la tierra y es que nunca encontrará la felicidad completa mientras viva en este mundo. Nadie puede decir que es enteramente feliz. A todos nos duele algo, el que no tiene una enfermedad o una condición física sufre otra cosa. La pregunta que a veces nos hacemos es: ¿Por qué tiene que ser así? La respuesta la encontramos en la Biblia empezando por el libro del Génesis. Dios creó al hombre para ser eternamente feliz pero el pecado tronchó esa felicidad. Tan sencillo como eso.
Por consiguiente tenemos un gran consejo en la misma Biblia, tenemos que esforzarnos. “Como hijos amadísimos de Dios, esfuércense por imitarlo. Sigan el camino del amor a ejemplo de Cristo que les amó a ustedes” (Efesios 5:1-2). Yo te aseguro, querido hermano y hermana, que si todos los hombres y mujeres del mundo tomaran en serio el “rol” de vivir como un buen cristiano, todo sería muy distinto. Todo cambiaría y este mundo no sería el infierno que es, sobre todo, en este tiempo que nos ha tocados vivir. Mi consejo para todos los hermanos que visitan nuestra página de Internet y los que leen estos artículos en la revista Alabaré es que oren sin desanimarse buscando las cosas que no se corroen y que los ladrones no las pueden robar; busquen las cosas de arriba. Recordemos que nuestro corazón estará donde esté nuestro tesoro y ese debe ser el Señor. Que el Señor te ilumine y te bendiga.